Rompecabezas sin instrucciones para armar

La conversación contemporánea

Asfixiada por la instantaneidad, la simultaneidad y la volatilidad, la conversación contemporánea se ha vuelto fragmentaria. Fragmentaria la conversación e inclasificable la escritura. La lectura es apurada por el índice en la pantalla y difícilmente se resiste el capítulo de un libro. Si el texto no engancha en los primeros diez segundos, next, next. En la era de las tecnologías de la comunicación, la comunicación pasa por tránsitos insólitos y empedrados. Eso que antiguamente percibíamos como “lo cotidiano” es ahora una prolongación de lo virtual. Feligreses de la creencia de que hay que reaccionar a todo, todo el tiempo y a todos los temas… que los entienda uno, es lo de menos. Se multiplican los tullidos emocionales, pues cuando se topan con un amigo pescado en la red, enmudecen. Algunos profetas vaticinan desastres y los ilusos siguen viviendo formidables ilusiones. Mientras se aclara el horizonte, y aunque no se aclare, hay que seguir leyendo, escribiendo y conversando. No pasará mucho tiempo para que sintamos nostalgia del contacto cara-a-cara, tête à tête, frente a frente, mirándonos a los ojos y prestándonos atención. Y soñaremos con volver a escribirnos cartas. Y soñaremos con disfrutar la dicha de la espera. Y soñaremos con escuchar al otro con fraternal simpatía.
E. M. Zaragoza 
Cioran: “en público no hablo de lo que me interesa profundamente. En público hablo del tiempo, de política, no de lo que me trastorna o me edifica”. 
Esa manía de depositar en otros nuestras ansiedades. El respeto a la angustia ajena es la paz. 
“Me gusta” y “Ya no me gusta”, la nueva cumbre del análisis. 
Son admirables esos pontífices que lo tienen todo claro. Bienaventurados sean porque en esa claridad ocultan la turbiedad de sus vidas personales. 
Sus palabras le servían para ocultarse. Lo que decía era apenas una pista para olisquear lo que en el fondo buscaba. Perdimos el habla. 
¿Qué es una conversación? La gente no debate. Grita. Insulta. Calla. Cándido, cree que en las redes sociales se conversa. Cuando habla parecen estar debatiendo los altos asuntos de la nación. A veces dice hablar en nombre de la humanidad. Pasarela de espectáculo, demencial resumidero, vociferaciones de cantina, exhibicionismo sin fin, feria del narcisismo, vómitos sin freno, nadie escucha a nadie. Repositorio de frustraciones arrojadas como sonrisas, manicomio babilónico, cloacas del verbo, vertedero de balbuceos, hoguera de vanidades, fatiga primitiva. Vehículo de los motores más caros de nuestro tiempo: ambición, envidia y venganza. Ahí se amenaza y se cobran agravios, ahí se calumnia sin remordimiento. Desde las ventajas del anonimato o con el cinismo del que da su nombre completo. Es lo mismo. 
Del exterior toma lo que refuerza sus creencias y eso que seleccionó lo presenta como “prueba” de la verdad. No de su verdad, de la verdad. Y de ahí no se mueven sus profecías, es decir, sus prejuicios. 
Tiempos de atención fragmentaria. Fue abolida la dimensión de las cosas. De estar meditando en el padre muerto pasamos a reír con el video de un cotorro en la ventana. ¿Nuestra pequeña pena es la gran pena del universo?  
Tienen los viejos (y los jóvenes y los adolescentes) muchas cosas qué echar fuera. Pero hay muy pocos interesados en escucharlas. 
Necesitaba poco y eso poco que necesitaba lo necesitaba muy poco. Se refería a sus amigos. 
Años atrás comprendió que no era interlocutor de nadie. Nadie conversa, como falos relucientes todos disparan conclusiones. Si alguien lo sigue en su conversación es para localizar sus deslices y refutarlo. Todos en su confinamiento. Nadie se deja penetrar. Todos semejan un ano bien resguardado, aunque deseante siempre con los dientes apretando hacia adentro. 
Nueva fuente de sufrimiento para los niños: que tengan que resolver sus imperfecciones con filtros. 
Max Aub frente a los montados en sus seguridades, desafiantes, entregados al altercado: “¡Qué caterva de palabras incontenibles!”
¿Personas tóxicas o relaciones tóxicas? ¿Dónde ponemos el énfasis? Al ponerlo en las personas, asoma cierto victimismo, al ponerlo en la relación me implico. ¿Por qué necesito una relación tóxica?  
Le era imposible leer el periódico en la pantalla. El impreso le transmitía la sensación de un mundo estructurado. En las noticias del mundo virtual tienen la misma importancia un rapero negro, un agujero negro y un hormiguero. 
Sólo arenillas y piedras de río al paso. Luego, polvo. Humo, ceniza. Al otro día, las calles amanecen lavadas. 
Le oyó decir al coreano más alemán que “el dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento”. Pensé en un esní que para hacerse creíble siempre cita con prepotencia los “últimos estudios”. Retorcidos y descontextualizados, por supuesto, datos jalados de los pelos, torturados para que digan lo que necesita que digan, que lo único que concitan es la tentación de devolver el escupitajo. Vuelve uno a su casa con la sensación de regresar de un combate. Derrotado. Preferible la indiferencia. 
De certezas se alimentan los dioses y los burócratas. 
Por pereza los señalamos como “contradictorios”. Cunde la güeva para penetrar hoy lo complejo. El carácter complejo de las personas, sus complejos deseos, su complejo pasado, sus complejos complejos. 
¡Qué delicia desatar el nudo de la garganta! Cuando se abre la compuerta del llanto, mejora la respiración y se aclaran las ideas. 
Le divierten los fajes entre las legiones de filósofos y politólogos maruchan que parieron Twitter y Facebook.
Severas invectivas juveniles lanza el junior contra lo que el padre defiende. Es una meridiana forma de aborrecer al padre que hizo fortuna escribiendo discursos que a nadie le sirvieron y que nadie creyó ni entendió. En realidad, el hijo está combatiendo al padre que aborrece porque, lo sabe, ataca al mesías porque no fue llamado a su reino. 
Para eso son las redes, para intercambiar descalificaciones gratuitas entre desconocidos. Bienaventurados los que necesitan de las redes para existir, que de ellos será el reino de la estulticia. 
Es picapleitos y da dos pasos atrás, voyeurista de las guantadas. Si recibe una pedrada se repliega. Lo suyo es poner las piedras a disposición de los demás. 
Cioran. “¿Por qué fragmentos?, me reprochaba un joven filósofo. ‘Por pereza, por frivolidad, por asco, pero también por otras razones…’” 
Perdió el sentido del oído. No escucha. Perdió el sentido del humor. Vive enojado. Perdió el sentido común. Vive en las redes sociales. Alguien ha dicho que desde 1990 perdió el sentido de la vida. 
Es una ironía llamar contactos a los amigos virtuales. Deberíamos llamarlos sintactos. No sólo no los conocemos, nunca los tocamos. Permanecen intactos. Se irán intactos de nuestras vidas. 
Es un Wilde del Tercer Mundo. Es explícito su odio hacia el “hombrecillo de Macuspana” –es en realidad un amor que no se atreve a decir su nombre–, colecciona arte y cobra puntualmente su pensión de anciano desde el 1 de diciembre de 2018. Racista, clasista, de “naco” no lo baja. Maloliente lactosa. Dedica el resto de sus días a joder y miente deliberadamente. Dejó la exquisitez de su antiguo oficio y en vulgar resentimiento se trocó su antigua claridad intelectual. Enojado por la imagen que ese padre naco le devuelve, atrapado en la fase oral y en el nada oculto deseo de matar al padre, colecciona la revista Forbes, incluso presume haber visto ediciones que nunca han aparecido. 
Argumentos delirantes. Somos los adjetivos que lanzamos al interlocutor. 
Ay, la gente que lo quiere reclutar a uno. A los Testigos de Jehová, a las ollas alcalinas o al cambio climático. 
Ha sido sustituido el objeto por su imagen. 
El iPhone como la caja negra personal. Ahí están nuestras últimas palabras y el registro de nuestros pasos, nuestros correos, nuestras lecturas y nuestros retratos. Es cámara fotográfica y despertador, librero, videocasetera y televisión, es guía roji, diccionario y enciclopedia, es álbum de fotos y es habitáculo de la Real Academia de la Lengua. Desde ahí se pueden revisar las cámaras que vigilan la recámara nupcial y, al menor indicio de peligro, desde ahí mismo se puede llamar a la policía o al psicólogo o al nutriólogo o al epistemólogo. Ahí puede uno oír la misa del papa o el llamado a la oración. El iPhone es la suprema divinidad, contiene a otros dioses: al dios GPS y al dios Google, que todo lo sabe. 
Era un extemporáneo. Vivía al margen de los mandatos del Facebook. Si deseaba felicitar a alguien en su cumpleaños, se encaminaba hacia su casa y le llevaba un poema escrito a mano. Si el Facebook no nos recordara los cumpleaños habría más suicidios: sufriría el cumpleañero con los tres mensajes recibidos. 
En el internet conviven las más apreciadas bibliotecas que guardan todo el saber acumulado, con el saber ordinario de la superstición y las ciencias ocultas. Las redes sociales son como las plazas donde hordas salvajes asaltan al abnegado profesor y al ilustrado medievalista. Dijo un día el medievalista a La Stampa, por cierto: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.
Pasa todo el día con el detector de mierda en la mano. Diarios, encuestas, “análisis” de toda laya, memes, rumores de alto pedorraje que acaban en humo. Lo que supone que el mundo debe saber, justo en el instante en que se entera. 
Tiene en su watsap una sección denominada “Circulando en redes”, dedicada a la propagación de la distorsión y las falsedades y las descontextualizaciones, artes ordinarias del ecosistema de red, donde la brevedad, la superficialidad y la neurosis suplen cualquier posibilidad de razonamiento. La abolición de los contextos, la abolición de las fuentes, la abolición de la escucha. 
Leen sólo titulares y comparten. Si alguien le reprende amablemente por haber compartido una noticia falsa de hace tres años, repone sin mover el menor músculo que no sea el de las dos manos sobre el teclado: “yo sólo compartí, si no le interesa bórrelo”. 
La abolición de la duda. ¡Qué voluptuosidad! Fb, tuiter, Instagram, ahí donde la ansiedad habita. Antes de estos dioses, en el camino al correo podía uno repensar el maquinazo. 
La enfermedad de la opinión. Creer que alguien está pendiente de nuestra opinión. 
Conversación pobre, anémica. La pública y la privada. Sólo unos cuantos nexos personales nos salvan de la tentación de jalar de la soga o exiliarnos al barranco.
Durante un debate teológico bizantino, en un instante de algidez, al doctor Henderson le arrojaron en la cara lo que quedaba de aguardiente. El agredido ni se inmutó y se volvió sobre su agresor. “Esto, señor –le dijo, con la amabilidad que suele acompañar al sensato–, esto es una digresión; espero su argumento”. 
Si pone uno un poco de atención se convencerá de la imposibilidad de la comunicación. 
Acto 1, el tlatoani (“el que habla”, el que oficia al amanecer) algo dice. Acto 2, los detractores lo escuchan para refutarlo (retorcerlo, desvirtuarlo, descontextualizarlo). Acto 3, redacta antes de que termine de hablar, en la hipereditorialización pone un titular atractivo para incitar la reacción instantánea. Acto 4, arde la vecindad.
El título: “¡Es real! Asegura el Presidente de México que trabaja en la fórmula de la felicidad”. La nota es maliciosa. Así entra: “El presidente de México aseguró que trabaja en la ‘fórmula de la felicidad’, porque hay manera y puede servir como modelo mundial”. Y hasta el tercer párrafo queda claro que no se trata de “la fórmula de la felicidad” sino de una fórmula técnica “para medir la felicidad” pero, claro, como nadie llega al tercer párrafo, eso no importa. Y se soltaron los insultos y las mayúsculas. Ahora ni los esnís leen las notas, a partir del titular dictan sentencia. 
   Otros medios lo consignaron con menos mala leche: “está planeando un nuevo modelo para medir el crecimiento, el cual contempla otros factores como el bienestar e incluso ‘la felicidad del pueblo’ [y] convocará a especialistas para elaborar el nuevo indicador que sustituirá la medición del Producto Interno Bruto (PIB), pues es necesario añadir a la fórmula el índice de bienestar y los grados de desigualdad social, lo que antes se llamaba desarrollo”. 
   Es lo de menos. Se soltó el vocerío: 
   Este hombre ya enloqueció. Egocéntrico loco!!! Ahí no mms lopez. No es una fórmula como un elixir, lo que busca es la forma de medir el grado de felicidad, es decir los indicadores, que no sólo sea por el dinero o bienes que poseas, influye también la libertad, la salud, la educación el ambiente social, yo veo más feliz a la gente que vive en las playas que los que vivimos en la ciudad. Gracias por tu información, necesitamos documentarnos más. El López Obrador necesita una identificación. Para poder andar en la calle está perdido!!! Si de verdad quiere ver al pueblo feliz, que pida perdón y renuncie. El chiste se cuenta solo. Ahora si traigan la camisa de fuerza este Sr esta del remate. !!!Hemos perdido al Peje!!!! Nuestro Mesias ya perdió la razón!!!! Es triste…. Tener… Esas fantasías… No son fantasías, te sugiero leas sobre la Teoría de la Felicidad, hay Universidades en EUA que tienen esta materia en el diseño curricular de sus alumnos. LA TEORÍA DE LA FELICIDAD, ES UNA PROPUESTA FILOSÓFICA DESARROLLADA POR ARISTÓTELES, FILÓSOFO GRIEGO. PLANTEA QUE PARA QUE EL HOMBRE SEA FELIZ, NECESITA ESTAR BIEN Y ACTUAR BIEN. POR TANTO, EL PLANTEAMIENTO DE AMLO NO ESTÁ EQUIVOCADO, NO ES UNA LOCURA. SI LA MAYORÍA DE LA POBLACIÓN LOGRA ESE BIENESTAR EN TODOS LOS ÁMBITOS DE SU VIDA, PODRÁ SER FELIZ. INFORMÉMONOS, ANTES DE ENJUICIAR. Si indica López Obrador que cuando su madre este contenta es cundo los imbeciles que votaron por el, es ban estár felices Viejo loco, no puede pensar en esas jaladas cuando lo más elemental lo manda al basurero. La vida de la gente por la inseguridad con sus abrazos y no balazos. El desempleo qué implicará no tener acceso a la canasta básica. Loco de remate, y todavía salta por ahí uno que otro chairo a defenderlo con insultos. 
   Y tantas conversaciones como ésta, en el acto mismo en que son alumbradas, quedan convertidas en un montón de piedras. Vueltas escombros humeantes en el estruendo mismo del disparo. Y en el acto, de ellas ni polvo queda. 
1970, 15 de marzo, Max Aub: “El día que me muera el único sorprendido voy a ser yo…”
Los chats nos encueran a todos. Pierden el tiempo los que apelan a la reflexión. 
   Continente del ruido incontinente, ahí habita la rabia. 
   Hay demasiada gente hablando y hablando demasiado, en medio de tanto ruido. 
   Ruido, demasiado ruido. Nos hicimos ruido. 

En él todo es certeza. No hay margen para la duda o la cavilación.
Enfrascarse en una discusión en redes sociales responde al mismo gusano belicoso de aquel que a la menor fricción inaugura un altercado de tránsito. El claxonazo no era para él pero bajó a defender su honor de fiera herida. A casa volvió con el ojo morado. 
Enfermos de tragar su propia mierda, pactan suprimir de sus conversaciones al presidente. Hijos del disimulo, lo deseaban por encima de las confrontaciones, se proclaman caballeros cuando su vida se reduce a la guerrilla verbal (en el verbo inicia y termina su guerrilla), brindantes en cantina cerrada, gesticuladores saciando a sus masas imaginarias. El problema no está en el tema. Sea Obrador, sea la vacuna o sea el demonio. El problema radica en los términos en que lo hacen: desde sus personales púlpitos y (sólo) para satisfacer sus personales pálpitos. 
Ratzinger dejó entre sollozos el trono de Pedro. Lloró el derrumbe de su absoluto divino y lanzó anatemas contra el relativismo, que no es sino la multiplicación infinita de los pequeños absolutos. El Papa, reducido a uno más entre la proliferación de absolutos, que han brotado como hongos en las praderas de mierda un agosto en Amealco. 
Metáfora del país en el laberinto de la incomunicación: llegan los rociadores a desinfectar y el pueblo los lincha bajo la acusación de que venían a esparcir el virus. El mundo no está de cabeza: es el delirio de las narrativas. Uno vive el mundo que consigue poner en palabras. 
Entiende el mundo como la escenificación del bien y el mal, cuando el mundo es y ya.
Como los machos algún tiempo, pistola en mano, hoy todos portan con orgullo su celular, arma de defensa y ataque. Como los teletubies lo anticiparon, somos hoy individuos a un celular pegado. La pantalla es la nueva y más poderosa prótesis. Cinco personas reunidas, juntas pero a años luz de distancia. Cada uno, rey solitario de su pantalla. 
Contra el reseteo diario. Como si fuera posible. La ilusión de aniquilar el pasado (reflejo del profundo deseo de aniquilar al otro), no sólo de romper con él, sino de borrarlo. Eliminarlo. Una negación de torpes rendimientos. 
Todos disparando generalizaciones en todas direcciones. Queriendo contener la historia en una frase. Pobres, la nuestra es una sociedad melancólica, retorcida y cachonda. A veces, evanescente y espiritual. Por eso, exquisita. 
El pensamiento vuela veloz, más rápido que las palabras. Y la expresión oral es más rápida que la escritura. A veces se actúa como si el otro escuchara nuestros pensamientos. De ahí el olvido de la antigua necesidad de explicarse.  
Nos malinterpretarán. Algunos prefieren matarse a tiempo. De todos modos los malinterpretarán. 
En lugar de llamar al técnico, manda mil mensajes a nadie: “Me conecta y se desconecta, me conecta y se desconecta, me conecta y se desconecta… y así sucesivamente… Al cambiar de página, se desconecta… O tarda horrores… Y estando adentro, de pronto me saca y ya no puedo entrar, y me deja conectado sin estar conectado, sin cerrar la sesión… Se calienta y se tarda horas en cargar y se queda pasmada y me deja impotente con las palabras en los dedos o la película sin acabar. Para hacer una acción, requiero el triple de tiempo, si es que logro hacerla… Lentitud y pasmo y fuera. Y como mi amigo de la tienda de enfrente me pasa el internet, si se para a descargar un camión grande de Coca-Cola o Cerveza, se corta el internet. Para llorar, para llorar… Pero aquí estoy, sigo palabreando y pataleando… Y así sucede desde hace semanas, meses, desde fines del año pasado… Es mi luchita diaria, mi zozobra, y tratar de pensar con sobriedad en medio de tanta furia social. […] En suma: solicito padrinos de trastes y trastos de luz, una mesita, fraternal y democráticamente”. 
Ocupa un alto cargo y se hace retratar con la bandera del arcoiris al fondo. Estalla la vecindad: Ay, la admiro tanto”. Aplausos de pie para usted, ojalá sepa cuánto bien hace”. “Eso, mi diosa”. 
   Desmesura. 
   Tiempos esdrújulos. 
Zafarse de la polarización verbal es hoy lo más próximo a hacer la revolución. Tarde descubrió la convivencia, el cachondeo y la contemplación. Tarde descubrió el placer de otros lodos. Que eran los antiguos lodos. ¿Qué es el futuro?, se preguntó Melchor Ocampo. Es el pasado que viene de regreso, se respondió mientras redactaba su epístola. 
El imperio ad hominem. 
Por perfecta que sea la perfección programada de las máquinas y los circuitos, prefiere la voz humana y el trato con los otros. Por aterrador que pudiera incluso resultar, escuchar lo que en silencio dicen los ojos de los otros, es algo que no tiene precio.
Alguien sube una foto y provoca: ¿dónde es aquí? De inmediato se suelta una retahíla: ¡es avenida Riva Palacio! ¡No, es avenida Independencia! Sólo un despistado se internó en la foto y leyó la inscripción de la parte superior izquierda: “esta foto no es de Querétaro, es Monterrey, ahí dice Monterrey”. Media hora después, seguían las reacciones: ¡Sí, es Independencia..! ¡Sí, es Riva Palacio! 
Escriben en su muro y comienzan a pontificar como si su audiencia fuese la humanidad entera. Si algún despistado responde al veredicto con otro veredicto, es fulminado en el acto. Entristecen ante los pocos likes y acusan de burros e infieles a los que no se detienen ante ellos. 
“Y lo digo aquí, delante de todo YouTube”, proclama un instagramer que desde Instagram dice estar desnudando a los influencers que compran seguidores. 
Paz: “El hablar de ciertas cosas sólo en ciertos momentos era, entre los antiguos, signo de sabiduría tanto o más que de cortesía: las palabras tenían peso, realidad. Al desvalorizar el silencio, la publicidad ha desvalorizado también el lenguaje”.  
Dejar descansar las redes sociales y abrir el Eclesiastés. ¿Quién lo dijo? 
Encantadores los que se acomodan en el centro de sus propias epopeyas. ¡La exhibida que le dan a sus carencias! 
Una letanía a las redes sociales, por Juan Arturo Brennan: “Escenario de exhibicionismo, foro de frivolidades, pasarela de presunción, islote de incontinencia, ágora de lo anodino, megáfono de mediocridades, balcón de la banalidad, ventana de vacua verborrea”. 
   Escenario de exhibicionismo, líbranos Señor… 
   Foro de frivolidades, ten piedad de nosotros… 
   Pasarela de presunción, ruega por nosotros… 
Tenía una tía que encarnaba al mexicano ignorante. Era de opiniones rotundas, aunque volátiles pues duraban en tanto aparecía una nueva opinión. Se murió y otra tía entró al relevo, con un plus: le encanta escribir, cree saber escribir. Ignorante, sabelotodo, rollera, dueña de la verdad, pequeña pontífice de Tizayuca. A medida que discute, más carencias ondea como banderas en medio de su naufragio. 
Asombra la facilidad con la que se esparce el veneno. Sin pudor, sin respeto por las palabras, sin consideración alguna por el otro. Con odio. Deseos de aniquilación. Todo lo contrario del “diálogo”. En las antípodas de la conversación. 
Escribe en su muro: “De cuando alguien que amas te traiciona y te grita y te hace sentir chinche”. Y se desgranan las reacciones en el acto. Amiga, estoy contigo. Ánimo. ¿A quién hay que ir a matar? No se vale, amiga. Eres guerrera, de todas te has levantado. No vale la pena, mándalo alv. Te amo, amiga. 
   Pero la quejosa no dice el hecho. 
   Tampoco nadie lo pregunta. 
   Porque a nadie le interesan los hechos. No importan hechos y evidencias. Importan los juicios y, a lo mucho, las narrativas sobre las que reposan los juicios. Importa más lo que se dice de la cosa que la cosa misma. 
Monólogos onanistas, la peste contemporánea. Abolición de los matices. Abolición de la conversación. 
Pendencieros y gatilleros del tuit.  
Ideas sueltas. Saltos. Asaltos. Nos comunicamos a tumbos. Con retornos interminables. La imposibilidad de la comunicación. La impostergable necesidad de comunicarnos. 
Bienaventurados los que no tienen nada qué decir, y que resisten la tentación de decirlo. Palabras del señor Russell. Amén.